
Este fin de semana de septiembre ha sido muy importante en la India. En este país hay casi un 15% de musulmanes, y el viernes día 10 se puso fin al
Ramadán de este año. Además, al día siguiente, sábado día 11, se celebraba
Vinayagar Chathurthi, que es una fiesta hinduista en honor a
Ganesh, un dios hindú representado con cabeza de elefante.
Así que en fechas tan señaladas como ésta, absolutamente todo el mundo visita lugares santos y decoran cualquier cosa o animal (aunque éste no quiera) con motivos para la ocasión.
Cuenta la tradición, que
Siva, uno de los dioses de la trinidad hiundista (junto a Vishnu y Brahmá´), marchó a meditar al bosque dejando, sin saberlo, a su mujer
Parvati encinta. Ésta dio a luz a un varón en ausencia de su padre, al que llamó Ganesh. Pasado el tiempo, se encontraba Pavarti en casa mientras su hijo vigilaba en la puerta por si venía algún intruso, cuando apareció Siva. Lógicamente, no se conocían el uno al otro, por lo que creyendo Siva que había un extraño en su casa, le cortó la cabeza al niño. Pavarti salió a la puerta alertada por el escándalo y al ver a su hijo decapitado, se sumió en una profunda depresión. Ante el sufrimiento de su esposa, Siva decidió sustituir la cabeza del recién nacido por la del primer animal que pasara por delante de su morada, y que resultó ser un elefante. Ganesh es un dios muy reverenciado en la India y es asociado con la sabiduría y la prosperidad.
Así que el sábado a primera hora (al menos para mí, porque a las 7.00 está ya medio Chennai en marcha) salimos desde la estación de autobuses central de la ciudad (C.M.B.T.) hacia Gingee (pronunciado /sinlli/). Está a unas 3 horas de autobús, y es una población no muy grande, y que tiene su principal atractivo turístico en el fuerte que tiene a las afueras. Por raro que parezca, y a pesar de tener una pequeña mención en mi guía de viaje, no había más turistas (al menos de piel clara) que nosotros, y eso, a estas alturas, sabemos que es bastante difícil que ocurra. Personalmente volví a sentirme un auténtico extranjero entre tanto indio, y ellos mismos se sorprendían muchísimo de vernos por allí, así que estuvimos saludando, charlando y haciéndonos fotos con un montón de gente durante buena parte del resto del día.
El fuerte de Gingee, situado a 2 Km. a las afueras de la ciudad, está compuesto por dos fortificaciones:
Rajagiri y
Krishnagiri (del Rey y de la Reina). Según tengo entendido, fueron construidos durante el siglo XVI, aunque algunas estructuras datan del siglo XIII. Por supuesto, en todo este tiempo ha estado ocupado por varias civilizaciones, como los maratas, los mongoles, los franceses y como no podía ser de otra forma, por los británicos.
Personalmente, me encantó esta visita al fuerte, porque ha sido la primera vez que he estado en un entorno natural, alejado del ruido, el tráfico y la contaminación que suelen estar presentes en estas ciudades; de hecho, para ir de Gingee a las fortificaciones, alquilamos unas bicis al irrisorio precio de 5 Rs/hora cada una (unos 9 céntimos de Euro).

Los paisajes eran simplemente espectaculares. A la entrada de ambas edificaciones había sendos carteles informando del carácter monumental y de relevancia nacional de las mismas, pero sin embargo, no había ni rastro de comerciantes, vendedores de baratijas o puestos de comida. Tenía la sensación de estar en un sitio que ha permanecido inaleterado durante los últimos 400 años. Como muchos os habréis imaginado, todas las construcciones del fuerte coronaban montes cercanos a la ciudad, así que para llegar hasta allí tuvimos que hacer un poco de ejercicio y subir escaleras. Llegué a contar 550 escalones en uno de los tramos, así que llegado a ese punto desistí; vamos, que eran un montón.
A última hora de la tarde cogimos el autobús para ir a
Tiruvannamalai, que es el centro neurálgico de la zona y que tiene uno de los templos más grandes que he visitado desde que estoy aquí. También, esta urbe, tiene el dudoso honor de ser la ciudad más guarra y peor conservada de cuantas he visitado: qué descontrol, qué de cuervos, ratas, bichos y vacas por todos lados. Hicimos noche en un hostalito bastante apañado y a la mañana siguiente, tras un desayuno a base de
poori (de mis comidas favoritas y que consiste en unas tortas de maíz con bastante levadura, acompañadas de un salsa a base de patatas y verduras y no muy picante!!), nos dirigimos al mencionado templo, el cuál dista bastante de nuestras iglesias. Está amurallado y en cada una de las puertas hay una majestuosa pirámide, típica en la arquitectura dravídica, y que recuerda a los templos aztecas o a los zigurats de la antigua Mesopotamia.

En un principio pensaba que podría subir a los diferentes niveles de dichas construcciones, pero para nada. Al acceder al interior te encuentras con un patio enorme en el que se suceden los altares, los techados para la meditación y grandes estanques en los que creo que a ciertas horas del día se pueden bañar los peregrinos buscando, tal vez, purificación. Y digo tal vez, porque a diferencia nuestras iglesias y monasterios, no hay un sólo cartel que invite al turista a informarse del año de construcción, el nombre del arquitecto o las sucesivas remodelaciones que ha sufrido el edificio. Creo que aquí los templos se usan para lo que fueron construidos, y ya está; o eso, o el gobierno indio todavía no se imagina el filón que supone el turismo en este tipo de lugares, XD. Un dato, nos dejaron entrar sin problemas, pero a la salida un hombre que parecía estar a cargo de aquella zona del templo me recriminó de muy mala forma que había entrado en pantalón corto, y que me encontraba en un sitio cultural y religioso, no turístico. Creo que es el primer "enfrentamiento" que he tenido con un indio en los dos meses que llevo aquí, así que seguro que fue una gran falta de respeto por mi parte. Ya me enmendaré a la próxima y me llevaré el longyi!!
Lo que más me impresionó dentro del templo es que había un elefante que te bendecía, jaja, sí como lo oyes. El animal, que tenía pinta de estar cansado de tanta parafernalia estaba moviéndose en el sitio, estiraba su trompa, le ponías una moneda en la nariz y con bastante habilidad te tocaba en la cabeza. A mí más que tocarme me pegó, no sé si porque el animal no midió bien o porque me vio muy pecador y en vez de bendecirme, me castigó, XD. Adjunto documento gráfico de tan singular momento, porque suena a increíble.
Después de comer fuimos a la estación a coger el autobús y viví otra de esas situaciones impensables en España (y creo que en Europa). Bajo un sol de justicia en una estación al aire libre, y tras preguntar a no sé cuántas personas, nos enteramos de que al ser un fin de semana festivo, había tanta gente esperando que para coger el autobús había primero que hacer una cola enorme (ya hablaré algún día de las colas en la India) delante de una taquilla para conseguir un
token (vamos, como cuando vas a la frutería y pides la vez). Con ese número tenías que esperar al autobús que te correspondía, subirte en él y allí dentro comprar el billete. Afortunadamente, como pasa siempre por aquí, había una cola para hombres y una para mujeres, así que una de las chicas que iba con nosotros sacó número para todos, porque la fila de las féminas era más corta e iba más rápido. Con todo y con esto tardamos más de 2 horas en montarnos en el autobús y nos pegamos otras 4 horas de vuelta a Chennai. Aunque fue un poco locura, me divertí mucho, porque éramos los únicos blancos, y muchas personas se acercaban a intentar ayudarnos (no siempre con demasiado éxito), así que por lo menos tuvimos conversación durante todo el tiempo. Tomé esta foto en la cola de los famosos tokens, porque me recordaba a los libros de
Dónde está Wally? Y digo yo,
Dónde está la blanca?
Así que, el que venga de visita, que se traiga una gorrita para el sol y un montón de paciencia, porque falta le va a hacer. Pero eso sí, si se viene mentalizado, os garantizo que se lo pasa uno como los Indios, XD.
Un abrazo, Pablo L.